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Mayores en buenas manos

Atesoran casi un siglo de vivencias a sus espaldas. De trabajo y familia. Con motivo del “Día internacional de las personas mayores”, tres ancianos y sus cuidadores desgranan su vida.
Encarna, Vitori y Vicente rondan el siglo de vida. De trabajo en el campo, de criar a los hijos y de quedarse viudos. Pero no solos. Encarna y Vitori siguen viviendo en su casa, acompañadas por sus hijas que las atienden con la ayuda de otras cuidadoras. Y Vicente se trasladó a una residencia, donde recibe la visita de sus sobrinos. Ellos tres ponen nombre y apellidos a los más de 108.000 mayores de 65 años que viven en Navarra. Con motivo del ‘Día internacional de las personas mayores’, que se celebró el pasado miércoles, 30 de septiembre, ellos y sus cuidadores desgranan su vida.
“¿A qué edad se es viejo? ¿A los 65? ¿A los 75? ¿A los 80? El envejecimiento es una construcción social y cada vez hemos alargado más las etapas; la infancia, la edad de casarse, la de hacerse mayor…” Quien habla es la pamplonesa Camino Oslé Guerendiáin, vicepresidenta de la Sociedad Navarra de Geriatría y Gerontología y profesora jubilada de Trabajo Social en la UPNA. “Las personas entre 75 y 80 años son más frágiles y demandan cada vez más servicios sanitarios y sociales”. Y como la esperanza de vida cada vez es mayor, añade, resulta“más ancho” el grupo de personas de entre 80 y 100 años. “La calidad de vida es buena y suelen llegar bien a esa edad. Es su percepción”.
La mayoría de la población de estas edades, 9 de cada 10 personas, siguen viviendo en sus casas. Muchos residen con su familia o personas que les cuidan pero más de 5.400 mayores de 80 años viven solos, según datos del Gobierno foral. Actualmente, 7.360 mayores cuentan con el servicio de teleasistencia (el medallón), por el cada quince días, técnicos de Políticas Sociales les llaman por teléfono para saber cómo se encuentran. “Vivir solo no es algo malo cuando se elige voluntariamente. Si se sale de casa, se hacen actividades… Pero la soledad no debe conducir nunca al aislamiento”, insiste Camino Oslé. “Yo siempre digo; ‘no te bajes del mundo, vete a las actividades que sea”.
Madres y nietos
Oslé habla de la “generación sandwich”, la que se ha generado por el aumento de la esperanza de vida. Y que ha provocado que muchas mujeres mayores de 65 años tengan que atender, al mismo tiempo, a sus padres (generalmente a sus madres) nonagenarios y a sus nietos. “Estas mujeres se ven entre la espada y la pared. Han estado en sus casas, cuidando de sus familias o trabajando fuera… Y ahora que se han jubilado, no disponen de libertad”. “Atender a tus hijos cuando son pequeños es muy gratificante. El niño ni siquiera se cuestione que tú le bañes o le cambies el pañal. Pero con el viejo, porque a mí me gusta llamarlos así porque ser viejo es una maravilla, se te quiebra todo. Se les cuida inmejorablemente bien pero, a veces, protestan”.
Y alude a la figura del “cuidador principal” en la familia. “Siempre hay un hijo que es el que lleva el peso, organiza… y los demás ayudan”. A los cuidadores les aconseja “no aislarse” y “formarse”. “Si acuden a charlas para cuidadores, donde se les enseñan técnicas de cuidado, no se sentirán tan solos. Verán que hay otras personas en su misma situación”. Cuando en vez de los hijos, son personas ajenas a las familia las que cuidan del mayor (internas o chicas que acuden por horas), su papel es similar. “La actitud debe ser la misma. Y han de atender al mayor como una hija”.
Los cuidadores de los centros de día y las residencias de ancianos tienen un perfil profesional. Son trabajadores sociales, terapeutas ocupaciones, auxiliares de enfermería… “Hay cuidados que requieren un cierto aprendizaje. Como saber mover a los mayores para que el cuidador no se lesione”, apunta Oslé. Y añade que no solo es importante el cuidado físico, sino también el emocional. “No es agradable que te limpien, ni que te vistan…
Los cuidadores tienen que saber tratar a los mayores como personas, para que no pierdan su dignidad”. “Tampoco hay que hablarles como si fueran niños. Hay que tratarles con respeto”.
El Gobierno de Navarra y los ayuntamiento atienden a los mayores, a través de diferentes programas (residencias públicas y conciertos con privadas, servicio de teleasistencia, ayudas para la dependencia, personas que prestan atención domiciliaria y ayudan con el aseo o las labores domésticas…) Además, muchas organizaciones (Cruz Roja, Voluntariado Geriátrico, voluntariado hospitalario…) prestan ayuda de forma desinteresada.
MÁS DE UN SIGLO DE VIVENCIAS EN FAMILIA
Encarnación López Llamazares nació hace 101 años en un pueblo de León. Desde hace cuarenta, vive en Pamplona y alterna las casas de sus dos hijas, Vita y Estilita, en Iturrama y San Juan.
Las manos de Encarnación López Llamazares se aferran a su bastón como a la vida. Surcadas por algunas arrugas y venas más pronunciadas, tienen más de un siglo de memoria. De arar los campos de su Castilla natal, cargar la paja en los carros, amasar el pan, trajinar entre pucheros y abrazar a sus hijos. “Tuve siete pero solo me vivieron cinco. Dos murieron de niños y otro, hace unos años, de cáncer. Ahora tengo cuatro ”, recuerda sentada en una silla, muy erguida, en el salón de la casa de su hija mayor, en Iturrama. Encarnación es la abuela Encarna, o solo la abuela, para sus cuatro hijos, sus diez nietos y sus siete biznietos. Nacida hace 101 años en Secos del Porma, una pequeña aldea de cincuenta habitantes al norte de León, vive en Pamplona desde hace cuatro décadas. Su hija mayor, Vita López López, de 80 años; y la menor, Estilita, de 69, se alternan para cuidarla en sus pisos de Iturrama y San Juan. Su hijo Eliseo y su nue ra Gloria, también vecinos de Pamplona, les ayudan en su atención. Y su hijo Teófilo vive en Canarias. “¿Qué cómo me cuidan? ¡A cada cual mejor! ¡Son estupendos!”, asegura. “Nosotras estamos contentas con nuestra labor, aunque a veces también es duro”, coinciden. “Ella nos cuidó a todos cuando éramos pequeños y ahora merece ser atendida. Pero no creo que las siguientes generaciones hagan los mismo…”, reflexiona Vita, que es viuda desde hace treinta años, tiene una hija de 56 y dos nietos, de 21 y 26.
Mientras habla, Encarna la escucha atentamente y asiente con sus pequeños ojos marrones, que ahora solo ven formas y volúmenes. “Sufre de glaucoma y no ve casi nada. Es una enfermedad crónica. No hay nada qué hacer”, cuenta Estilita. El corazón de Encarna no bombea bien y ha sufrido arritmias y taquicardias. Pero hasta hace unos meses salía a la calle “solo con andador y hasta hace unos años iba a jugar a cartas al club de jubilados de Iturrama y leía el periódico. “Tiene una salud de hierro y la cabeza, mejor que todos nosotros”, coinciden sus hijas.
Las dos hermanas no tienen nada establecido acerca del tiempo que pasa con cada una. “Nos vamos organizando según las circunstancias. Ahora yo estoy lesionada, porque me rompí el tobillo, la tibia y el peroné en agosto. Y, por eso, está con mi hermana. Pero otras temporadas vive conmigo”, cuenta Estilita, casada con Tasio Raposo Salazar, de 80 años; madre de dos hijos de 39 y 40 años; y abuela de tres nietos, de 8, 4 y 2. “Yo llevo fatal que mi madre se quede sola en casa si tengo que salir al médico, a comprar… ¡Menos mal que me ayuda mi marido!”, dice Estilita, que ha sido recepcionista en la Clínica San Fermín de la avenida Galicia hasta que se jubiló La familia cuenta también con el apoyo de una chica ecuatoriana, Estela Andrade, que acude tres días a la semana cinco horas diarias para atender a Encarna (bañarla…) o ayudar en las labores domésticas (limpieza, plancha…) Y desde hace unos meses, reciben también la visita de algunas voluntarias del Voluntariado Geriátrico Franciscano. Conchi o Marta van dos hora a la semana para jugar a las cartas con Encarna o charlar con ella. “¡No veas cómo suma al chinchón! ¡Mucho más rápido que yo!”, confiesa Marta Ruiz Chacón, vecina de Mutilva, de 23 años, y alumna de 4º de Biología en la Universidad de Navarra. “Les estoy muy agradecida. Son buenísimas y me entretengo mucho con ellas”, confiesa Encarna. Mientras, sus hijas aprovechan para hacer la compra o ir a clases de yoga y relajación. “Necesitamos un respiro”.
Marta Ruiz pensó en hacerse voluntaria este verano porque tenía “mucho tiempo libre”. “Me decanté por estar con ancianos. Me encanta pasar las tardes con Encarna. Me sorprenden las historias que cuenta de otras épocas. Lo recomiendo a otras personas”.
Paseos y siestas
Vita y Estilita se levantan todos los días entre las 7.30 y 8 de la mañana. “Hay muchas cosas que hacer con madre. Primero, limpiarle los ojos con colirio y gotas. Después, llevarle un vaso de agua caliente y un zumo de frutas a la cama…”, relatan sus hijas. Encarna se asea sola y se sienta en la mesa de la cocina a desayunar una taza de leche de almendra con cereales. “Mi nieta mayor, que es farmacéutica, me dijo que no tomara leche de vaca, porque se crea mucosidad en los bronquios. ¡Tampoco necesito médicos! Me basta con cuidar la alimentación. Si me encuentro mal, como poco y ya está”, recalca.
Encarna es una mujer coqueta, que no perdona el tinte castaño de su pelo cardado, ni el maquillaje, los pendientes o los anillos. Todas las mañanas, si hace buen tiempo, sus hijas o Estela la sacan a pasear en su silla de ruedas por el barrio. “A la vuelta, me acuesto un poco porque me canso. Antes veía la tele pero ahora solo puedo escucharla”. Hasta el año pasado, todas las tardes, sus hijas la llevaban a jugar a las cartas al Club de Jubilados de Iturrama de cinco a ocho. “Pero ahora ya no va porque no queda ningún amigo. Todos se han ido muriendo”. Hace poco han solicitado el “medallón”, el botón de teleasistencia por si le ocurre algo cuando no está acompañada. “Me da mucho miedo quedarme sola en casa”, confiesa la anciana.
Encarna reconoce que nunca pensó en vivir hasta los 101 años. “¡Qué va! ¡Creía que me moriría mucho antes!” Su secreto ha sido “trabajar mucho” en el campo, en la meseta castellana, cultivando alubia blanca, pimientos… y en su casa. “Padre era delicado de salud y madre, la fuerte, la que sacó a la familia adelante”, cuenta Vita. Además, también tuvo que cuidar a su suegra, que murió a los 73 años. “Pero los 70 años de entonces eran como los 90 de ahora. Estaba muy mayor”, añade Estilita, mientras su madre asiente con la cabeza y la mirada. “La verdad es que estoy muy sorprendida de estar viviendo tanto. Y doy gracias a Dios porque me ha dado muy buena salud”. Y de ello dan fe sus hijas. “Está mejor que yo que tengo osteoporosis y fibromialgia”, lamenta su hija menor. Vita, aunque se encuentra bien, sufre dolores de espalda.
Las dos hermanas, ambas abuelas, coinciden en que nunca se han sentido agobiadas por tener que cuidar al mismo tiempo a su madre y a sus nietos. “Mi hija vive en Málaga y siempre han estado lejos. Pero ahora mi nieto pequeño estudia 4º de Farmacia en la Universidad de Navarra. A veces, viene a comer y cenar y le encanta estar con nosotras. Pero el vive en un piso con otros estudiantes. Está mejor que con dos abuelas”, ríe. Estilita tiene tres nietos pequeños pero sus hijos no necesitan que les atienda. “A todos les encanta estar con la bisabuela. Se desviven”.
Y ella se deshace con los niños. Toda la familia se reúne para celebrar los cumpleaños de Encarna. “Primero hacemos una Misa y luego una comida”. A Encarna le encanta escuchar las jotas de San Fermín, bailar y leer el periódico. “Sobre todo, los sucesos”.
SONSOLES ECHAVARREN
Pamplona
Fotografías BUXENS Y CASO
DIARIO DE NAVARRA