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LA SOLEDAD EN LOS DÍAS DEL CORONAVIRUS

30 Mar, 2020

La Sociedad está viviendo una pandemia insólita. No es una peste como cualquiera de las que han asolado a la humanidad, antes menos numerosa, más desprotegida. Cuando el desarrollo tecnológico ha alcanzado límites insospechados, un agente patógeno de la micro naturaleza ha mostrado, bien a las claras, que el hombre es contingente, y que la seguridad que creía haber conquistado era vulnerable y engañosa. Quien podría pensar que surgiría una Guerra Mundial sin armas, sin sangre, donde un virus de procedencia china iría a derrumbar todas las perspectivas de bienestar del mundo de la opulencia. Las expectativas de frenar su expansión. se han visto superadas. La ciencia médica, tan útil, casis prodigiosa frente a tantas enfermedades, ha contemplado impotente su avance y su daño. Como en toda guerra, solo los ejércitos con buenos estrategas tienen posibilidad de vencer. Y los que se han enfrentado a esta invasión no han pasado por una academia de Estado Mayor, en este caso, para conocer la mejor arma, la prevención. El avance del contagio ha ido mucho más allá de lo que se presumía. En primea línea, la vanguardia de un sistema sanitario cuyos hombres y mujeres están denodadamente combatiendo, a pesar de la dudosa eficacia protectora. Y en la retaguardia, una población que tiene dificultades para obedecer las medidas excepcionales de unas autoridades amenazadas por la catástrofe social. Una población que, además, se halla poseída por el pánico tras una actividad de los medios de comunicación que apenas pueden evitar el sensacionalismo. Y mientras la infección por el virus se extiende alarmantemente, los científicos no consiguen conocer lo suficiente sobre este terrible agente para hallar recursos terapéuticos, preventivos y curativos, eficaces y oportunos. Y, sin embargo, será vencido, aunque las primeras batallas sea el SARS-CO-2 quien las gane.

La contagiosidad es alta, unas tres personas por cada infectado. La enfermedad respiratoria que causa puede llegar hasta casi la mitad de los que han resultado positivos en la prueba, bien es verdad que con distinto nivel de gravedad. La mortalidad en este país es de un 7% de los que enferman. La diana en la población son las personas mayores Esto debido al desgaste orgánico y a sus capacidades inmunológicas mermadas. Desde este somero esquema, ha de comprenderse todo el volumen de acontecimientos que van desmoronando las posibilidades de respuesta de las gentes de este país y de todos los que se hallan en parecida situación en otras naciones. Las noticias que en muy poco tiempo aparecieron en periódicos y televisión, dieron ocasión para que los ávidos informados se hospedara la preocupación. Luego pasó a ser angustia y en muchos algunos casos, pánico.

Conviene recordar que casi un 4% de los mayores viven en residencias, y buena parte con procesos invalidantes. En España unos 2 millones de personas de edad viven solas, con ayuda de sus familias, o sin ella, una cuarta parte del conjunto. Porque el índice de envejecimiento es uno de los más altos del mundo, casi un 19%. Este es el sector demográfico que más consume recursos sanitarios y medicamentosos, pero también son ellos el cimiento humano de la sociedad actual, a los que hay que ofrecer tutela y reconocimiento. Claro que en un tiempo en que la producción, el consumismo y el endiosamiento del dinero son dominantes, la vejez puede ser fácilmente valorada como una carga. La breve historia de la Covid 19 advierte que, son los mayores los preferentemente castigados por la pandemia, no solo por su acción nociva, también por que sufren las debilidades de la estructura asistencial que pretende responder a la invasión invisible. En las residencias, algunas con medios insuficientes, la invasión del virus ha creado un muy grave problema en su estructura de atenciones, y a donde las ayudas han llegado a destiempo originando noticias escalofriantes. Y quienes desde tribunas privilegiadas las han difundido olvidan que esto es consecuencia de un escaso control público de su funcionamiento.

Dos direcciones hay en esta inédita situación actual. La derivada del confinamiento y la de los que padecen la enfermedad, con la muerte como muy próxima eventualidad. La permanencia día a día en su cárcel domiciliaria, a las personas mayores, de modo especial a los que han cumplido más de 80 años, en estas dos semanas les ha originado abundantes conflictos y serias dificultades. Los más limitados en sus funcionalidades porque han de depender de los demás para su aprovisionamiento, con la sensación inevitable de constante amenaza. Lo mismo en los que viven solos, para quienes los habituales contactos han quedado cortados. En su aislamiento han de soportar la angustia de su indefensión. Si viven con familiares, con la zozobra del contagio. Y como en este tiempo cualquier otra enfermedad grave apenas puede ser atendida en el ámbito hospitalario, el temor es continuo. El sufrimiento que todo esto determina es suficiente para despertar en la sociedad sensible un sentimiento de compasión y solidaridad. Poco se puede hacer con esta responsabilidad ciudadana de estar en casa. Únicamente el teléfono, y en pocos casos, el uso de la comunicación vía online. Y porque no, en los creyentes de cualquier credo, las oraciones de intercesión.

Cuando uno enferma, si se queda en casa, la ansiedad ante su posible evolución es la regla. Además, es necesario cuidarle, la familia o las asistentas, siempre con el riesgo del contagio por las escasas posibilidades de eficaces equipos protectores. Eso hace que la tendencia a la hospitalización se haga casi necesaria. Y ahí surge otro serio dilema. Los recursos mayores, las UVI, han tenido que aplicar un criterio de selección, y a los mayores de 79 años se les niega. La consideración de la edad no es justa como determinación restrictiva. Hoy se disponen de guías para valorar las posibilidades de reversibilidad de un cuadro clínico y estas deben ser las que indiquen el ingreso o no en estas secciones, pero no la edad, proceder inequívocamente utilitario e incorrecto. Unas recomendaciones que ha publicado la Sociedad Española de Geriatría son bien claras a este respecto. Se hallen o no en una de estas Unidades, las posibilidades actuales de contar con compañía, familiares, amigos, voluntarios, son inexistentes. Esta es una situación de soledad que roza lo trágico. Únicamente cuentan con el consuelo de la benevolencia del personal que les atiende y que se hallan agobiados por ese exceso de trabajo que condiciona la masiva ocupación hospitalaria. Existen imágenes de pasillos donde hay personas junta a la pared tumbadas a la espera de ser atendidas y ocupar la cama de alguien que ha muerto o que ha sido dado de alta por su mejoría. Esta es una forma de soledad, que, por su número y características, se ha de situar entre las situaciones de mayor sufrimiento que puede cualquiera imaginar. Aunque la última soledad es la de la muerte, estas personas, en su mayor número de alta edad, la pandemia les lleva a morirse solos. Es uno de los aspectos más dramáticos de esta inesperada situación. El dolor de las familias es acerado e intenso. Y el juicio de injusticia por el destino último de sus familiares, dominante. Es muy difícil en estos momentos buscar responsabilidades a unos y otros niveles. Esta es una guerra que ha sorprendido a todos y los medios para defenderse son insuficientes. Un examen de la Historia nos señala que las pestes han asolado al mundo, uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Entonces el desarrollo de la Humanidad no era como es hoy. Y sin embargo esta sociedad, con sus desniveles, el hambre, las guerras localizadas consentidas, los refugiados, los gastos armamentísticos, estaba enferma y es vulnerable. Claro que la segunda parte de este grave acontecimiento mundial será el hundimiento económico y sus consecuencias laborales y sociales. Queda por preguntar si la sociedad del siglo XXI, ahora derrumbada, si podrá sacar una lección suficiente de su necesidad de cambio. Mientras se logra vencer al Cod19 y sus efectos, la sociedad ha de ser responsable y solidaria, resistente y compasiva. Esos aplausos a las 8 de la tarde con sus sirenas y otros útiles sonoros, es señal de la respuesta comunitaria en su faz agradecida y esperanzada. Y sobre todo esa lucha silenciosa y comprometida de esos soldados en el frente de la pandemia, de los profesionales de la sanidad, que anteponen al peligro y a la pobreza de protección, el coraje de cumplir con su vocación de ayuda.

 

Pamplona, 27 de Marzo de 2020.

Juan Luis Guijarro. Geriatra y Voluntario.

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