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LA SOLEDAD DOLIENTE

17 Abr, 2020

La soledad, con el cáncer, la demencia y la depresión, son los azotes de la vejez en el siglo XXI. Por eso se ha convertido en un considerable desafío asistencial.

La soledad no es un sentimiento extraño. Todos hemos padecido soledad, la conocemos por experiencia personal, casi siempre efímera. Pero hay soledad que posee hondas raíces y que perdura, la soledad como compañera permanente. Conviene diferenciar entre aislamiento social, que es una situación, de la soledad, que es un sentimiento, aunque en muchas ocasiones aparezcan juntas. Es necesario diferenciar la soledad buscada, aprovechable, de la soledad obligada, no deseada, la que llamamos soledad doliente. Otro modo de señalarla es considerando, como en lenguaje corriente se acostumbra, el vivir solo y el sentirse solo.

En el Diccionario de la RAE se define como la carencia voluntaria o involuntaria de compañía. Y en otro sentido, lugar desierto o tierra inhabitada. Un paso más en esta apreciación lingüística es advertir que sentirse solo puede originarse en esta ausencia de contacto humano, pero esto puede suceder también rodeado de personas y de familia. Conviene señalar que, aun siendo un sentimiento, también es un proceso y que, como tal, posee una evolución. Y que presenta más complejidad que la que aparenta.

Para acercarse a la dimensión de este fenómeno humano, las cifras muestran datos muy valiosos. En el total de la población del país, una cuarta parte viven solos. De ellas el 40% son personas mayores de 65, alrededor de 2 millones de individuos, siendo un 25% de ellos mayores de 79 años. Las encuestas arrojan que se sienten solos, de cuando en cuando un 23%, y a menudo, el 6%. En Navarra son 20.000 las que habitan viviendas unifamiliares, y en Pamplona, algo más de la mitad. De ellas unas tres cuartas partes son mujeres.

Es interesante conocer las cifras de la distribución demográfica en España según el estado civil. En la vejez son casados o en pareja el 60. Son viudos, especialmente mujeres, el 29%. Solteros el 7% y separados el 3%. Si se examinan los modos de convivencia, para la población general, dominan los matrimonios y las parejas, casi el 50%. Debe recordarse que los que viven más y mejor son ellos. Los hijos, bien con sus padres o solo con uno, es casi el 30%. Este dato se relaciona, sin duda, con la crisis a partir del 2008.

Según las cifras de EUROSTAT del 2017, un 6% de la población general europea no tienen a nadie a quien pedir ayuda. Un 23% de las personas encuestadas señalaban que se sentían a veces solas, y una cuarta parte de ellas tenían ese sentimiento frecuentemente. Las personas que viven solas padecen sentimiento de soledad más a menudo que las que lo hacen en compañía, estas últimas son 1/3 del conjunto. Uno de cada cinco españoles teme vivir con soledad cuando alcance la edad mayor y una cuarta parte tiene miedo de no poder contar con ayuda. Ante esto, casi un 25% se iría a vivir a una residencia.

Vivir solo, con o sin sentimiento de soledad es un notable factor de riesgo en la edad mayor. Se estima que un 40% de la población de más de 65 años se hallan en riesgo de aislamiento. Todos estos datos muestran que la soledad es un fenómeno humano y sociológico que se halla en evidente incremento.

Cuando se evalúan en nuestra sociedad los estratos poblacionales donde la soledad tiende a afincarse se advierte que, la que ocasiona sufrimiento, no es patrimonio exclusivo de la vejez, aunque es más común en esta edad y tiene particularidades diferenciales. Niños con soledad, jóvenes que se sienten solos, adultos con vacíos personales que arrastran su deficiencia con escaso consuelo. Pero principalmente en la vejez y con preferencia en las personas con discapacidad. La gente que vive en soledad obligada es en la que más se evidencia el conjunto de los deficits que conforman a la vejez como la edad de la pérdida. Los grupos más vulnerables a la soledad son, además de los mayores, los desempleados, los refugiados y emigrantes y todos los excluidos por la pobreza, entre ellos los sin techo.

Al preguntar por las causas de la soledad, dentro de la complejidad de sus dinamismos, hay que destacar los siguientes: La edad, el sexo, el ambiente humano próximo, la capacidad económica, el nivel cultural, la presencia de enfermedad o discapacidad, la personalidad, y dentro de ella, el área relacional. Y, por último, el hábitat, la ciudad o el medio rural.

¿Cuáles son los motivos por los que la soledad se presenta preferentemente en las personas de edad? El propio envejecer lleva consigo evidentes pérdidas: Decadencia o decrepitud en las funciones, tendencia al aislamiento, fácil presencia de enfermedades, necesidades de atención, dominio de la tristeza y juicio de acabamiento. Pero se compensa con otros beneficios: la jubilación, el tiempo libre y su engaño, el uso bien aprovechable del ocio, la oportunidad de extender la red de relaciones. Y siempre la amenaza, no tanto de la muerte, como de la discapacidad.

Es perjudicial tener un juicio demasiado negativo de la vejez, ampararse un estereotipo oscuro de los últimos años y pensar que, entre otras debilidades, es el tiempo de la soledad. Es cierto que se es más proclive a padecerla, pero no es obligado. Entre el pesimismo y su contrario, sobre lo que poco podemos influir por ser un hecho caracterológico, está un ancho campo a recorrer donde hay que ser, y en función de las circunstancias, unas veces alegres y esperanzados, y en otras ocasiones, navegar en la niebla. Como el tiempo atmosférico, aceptando la amenidad de lo variable. Valga como ilustración un pequeño poema de Mario Benedetti:

Después de la alegría,

Después de la plenitud,

Después del amor,

viene la Soledad.

Conforme.

¿Pero que vendrá después

de la Soledad?”.                           

 

En el fondo de toda soledad se halla el encuentro humano, la presencia del Otro como fundamento de la vida social. No hay hombre sin la existencia de otro ser humano en su cercanía. Todo empieza al nacer. Madre y niño son una unidad. Lo amamanta, lo asea, lo cobija entre sus brazos. Se ha descubierto que la Macrobiótica, el centenar y medio de familias bacterianas saprofitas que colonizan nuestro intestino, en un 90% proceden de los dos primeros días de la vida y de su madre. Es un gran momento de la existencia humana.

En la niñez se conforma el individuo. Puede ser, y es lo deseable, la época de mayor felicidad del hombre. No hay nada más desconsolador que un niño que no es feliz. ¿Para cuándo la densa felicidad, esa que se siente más que se piensa?   La presencia del Otro es esencial en el devenir del hombre, le da realidad, solidez, confianza. Ahí surge el mejor fruto de la historia individual y colectiva: el amor.

Desde la primera empresa de cualquier ser vivo, la supervivencia, y el hombre es el más alto ejemplar, se hallan las necesidades y el afán para satisfacerlas. Unas son de índole material – comer, tener vivienda, y vestido, calefacción, atención sanitaria. Otras son psicológicas, espirituales, relacionales. De esas relacionales nace la soledad, Cuando nuestras aspiraciones y expectativas de ser queridos, estimados, reconocidos, se ven frustradas, cuando entre el Otro y nuestras básicas exigencias hay una  aduana cerrada, cuando entre cómo se vive y como le gustaría vivir existe discrepancia, la soledad doliente acude.

En la esfera de lo psíquico que mantiene al hombre en sus sucesivas edades, hay un preciado segmento que es la personalidad relacional, la que regula y sostiene nuestra participación en el mundo social, con el Otro, con los demás. Personas hay que son extrovertidas y las que no lo son. Unas con recursos relacionales extensos, otras atadas a la timidez o a la misantropía. La soledad, en gran medida, surge de esta dimensión de nuestro ser social, de nuestro psiquismo hacía el Otro. Y siempre, la relación significativa, la imprescindible: la madre, el esposo, el amigo. Pero nadie está exento de padecerla en algún momento de su existencia Y digo padecer refiriéndome a esta soledad que duele, que hace sufrir. Como nadie está exento de sufrir enfermedad, aunque con años en la mochila, tenga la fortuna de no tomar medicamento alguno. Ni de caer en la espiral de la Depresión: todo depende que el vivir haya encontrado nuestro talón de Aquiles para golpearlo. Este argumento debe aplicarse a la soledad y al tiempo. Unas son esporádicas, regresivas, otras permanentes, toman cuerpo en esa historia humana y se cronifican. Por eso, al abordar la Soledad desde la perspectiva de la prevención, el primer factor a considerar es la psicología relacional de la persona.

Porque hay personas que viven solas, pero mantienen una red social amplia y bien aprovechada. Y otras que, viviendo en compañía, padecen soledad. Este caso no es infrecuente. Esto da ocasión para advertir que hay mayores rodeadas de familia que presentan soledad doliente Y esto acontece porque no sienten el reconocimiento por su labor en el largo pasado doméstico y que viven la discrepancia entre lo que exigen y los que los demás le ofrecen. De este modo se fragua una soledad obscura e hiriente. Por esta razón se explica que haya en el mundo mediterráneo más soledad obligada en las mujeres que en la geografía humana del Norte de Europa, donde la dinámica familiar de desasimiento temprano es tan común. Esa grieta en la expectativa deseada y la no cumplida, conduce a una íntima y silenciosa insatisfacción. Y fructifica la soledad.

Un enfoque se gran interés en la vida relacional es la del Apego. Este se configura como calidad del propio vínculo interhumano. Como señala Bowlby, el apego se ubica en la intrahistoria de cada hombre y desde ahí actúa, en el campo de la entraña misma de la evolución humana. Bien lo sugiere Antonio Machado  

“Volver a sentir en nuestra mano

Aquel latido de la mano buena

De nuestra madre”.                    

De esta teoría resultaría una soledad emocional, por ausencia de ese apego, de esa persona que lo ofrece enriqueciendo la continuidad de la relación. Y la otra soledad, la social, donde predomina la lejanía de los contactos humanos. Esta falta de apego, esta desvinculación de lo entrañable o su debilitamiento, aboca inevitablemente a la soledad.

 

La soledad es un riesgo considerable en la vejez. Con o sin sentimiento de soledad, vivir solo conlleva un riesgo que crecerá cuando las circunstancias sean desfavorables. Por muy bien que se halle una persona, sola y mayor, aunque su capacidad de desenvolvimiento sea buena, en cualquier circunstancia de crisis o compromiso, el desamparo crecerá hasta la angustia. Riesgo de padecer enfermedades, principalmente los que, además, sufren soledad. Y entre ellas, como amenaza evidente, la depresión. Estudios de seguimiento evidencian que la persona que siente soledad tiene dos veces más riesgo de muerte que los que no la presentan.

Hay en todo sentimiento de soledad dos elementos constitutivos principales: el vacío y el desamparo. Ese vacío que denota la ausencia de quien es necesario y de los sentimientos que se generaban. Aquí tiene perfecta cabida la teoría del apego. El querer y ser querido se descompone, el paisaje intimo se desvanece. “¿Quién me ayudará, quien me podrá auxiliar?” Y llega el miedo con su tenebrosa atmósfera.   Esa es la diferencia entre quien vive solo, sintiendo soledad, y los que viven acompañados, aunque padezcan esa hiriente soledad de no sentir la compañía en su interior. Pero cuentan con el entorno para atenderles. No son raras las soledades ocultas, en las que, por vergüenza, por culpa o por exigencia de aparentar, la esconden. Esas son formas muy dañinas.

Para completar la configuración de la soledad, de modo resumido, conviene apuntar lo que mantiene la psicóloga Carol Ryfl: cesa el bienestar del individuo en soledad porque se disuelve la auto aceptación, los proyectos de vida se encogen, las ilusiones desaparecen, como también el control y la influencia sobre el medio próximo. Como efecto se crea un grave compromiso en su autonomía.

 

La soledad, según las situaciones, puede exhibir características diferentes. Así sucede con la soledad en la convivencia familiar. Como la que surge en circunstancias poco comunes, tal son los ingresos hospitalarios. O cuando la persona ha de penetrar en la situación de invalidez y depender de los demás. O la soledad en las residencias de ancianos.

A las instituciones donde residen ancianos irán a parar muchas personas que la padecen. Se ha perdido el ambiente amparador y quienes lo habitaban, motivo preferente para ingresar en la residencia. Allí no faltará la cobertura de todas las necesidades materiales. Y para que no emerjan las deficiencias psicológicas en ese especial ambiente comunitario, es preciso proporcionar una buena acogida, establecer un permanente reconocimiento de los valores que tuvo y que, a buen seguro, aún quedan restos suficientes. Y favorecer hasta donde sea posible el logro de sus deseos. Esto puede resumirse con ese término tan común y tan difícilmente realizable, la personalización. La soledad es allí muy frecuente, se lleva en los adentros y se refleja en el rostro.

Otra es la de los incapacitados. Al perder la autonomía, al no poder acudir a donde están los demás, solo cabe esperar que los otros los visiten, que se acerquen a ellos. Además de las incapacidades que han de soportar, para completar su sufrimiento se suma el progresivo alejamiento de los otros, la familia a veces, y más comúnmente los amigos.

O la de los enfermos hospitalizados, donde a la amenaza vital se añade el dolor, las molestias, el drástico cambio de la vida cotidiana. Casi siempre acude la familia, pero otras veces por inexistencia o lejanía, no hay nadie con ellos. Claro que esto se palía con los voluntariados de compañía en el área hospitalaria. Esto se ha generalizado en el país y en el de Navarra hay uno muy activo.

 

Una pregunta que se repite a menudo cuando van pasando los años es ¿Cómo prepararse para la soledad? Seguramente el mejor entrenamiento para la soledad es acompañar, bien en el natural ambiente familiar, bien como objeto de amistad. Hay que conocer en la edad de la plenitud y el vigor, que tipo de personalidad relacional se posee. Aquí sucede como con la actividad física. Un sector de la población la practica asiduamente, otro es reacio a ella. Quien posea habilidades sociales, debe mantenerlas. Quien se acerque a la misantropía, o se plantea mejorar en su actividad social cuando entre en la vejez, o se condenará a la soledad. Y aunque esta pueda ser buscada, hasta beneficiosa, llegará un momento, demasiado frecuente en las personas mayores, en que el aislamiento será efectivo y no tenga a nadie en momentos críticos que pueda ayudarle. Una acción fundamental consiste en aumentar el capital social de la persona, dilatar el tiempo a emplear en sostener el caudal exterior.

En la vejez se tiende a empobrecer el mundo relacional. El ánimo de salir y frecuentar las amistades se debilita, particularmente cuando la salud se resquebraja. Otras es el mundo exterior el que flaquea. Familiares y amigos que han fallecido, otros que están recluidos en los domicilios por procesos incapacitantes o han cambiado de domicilio. Frente a ello, para evitarla, con o sin buenas habilidades relacionales, hay que incrementar la red social y la participación, además del contacto con la familia. En una palabra, junto al ejercicio y la actividad física, ejercicio y actividad social.

 

Imaginemos momentáneamente que la soledad es una enfermedad y apliquémosle medidas preventivas, curativas o rehabilitadoras. Y demos desde el principio la noticia de que no hay panaceas frente a la soledad. El único remedio, no definitivo, el más aplicable, es el encuentro interpersonal. Las personas con psicología relacional débil son las de mayor riesgo de padecerla. Basta que las circunstancias adversas se instauren, para que asome y tome posesión de su existir la soledad. Por tanto, todo lo que el individuo y su entorno humano haga para potenciar su relacionabilidad, obtendrá un claro beneficio para los momentos difíciles. Si el ejercicio físico se ha convertido en el principal estímulo para mantener una buena vejez, casi una vacuna frente a la decrepitud, la sociabilidad de la persona es el único ejercicio preventivo para dificultar o reducir la aparición de la soledad prolongada.

Como la actividad física es el factor principal para conseguir una vejez satisfactoria, el incremento de las relaciones sociales se convierte en el mejor antídoto frente a una posible soledad. Y no solo en su número, acaso más en la calidad: la significación de los otros en nuestra vida, el grado de confianza, la antigüedad de la vinculación   es el único remedio ante la soledad. Encuentros directos, personales, los mejores, o usando los modernos instrumentos de comunicación: el teléfono, las redes sociales, el Skype. Afortunadamente muchos mayores ya las saben emplear.

 

Cuando se encuesta a las personas mayores y se les pregunta por quien prefieren para que los cuide y para cuando aparezca la soledad, señalan lo primero la familia y luego, si esta falta, los amigos. Un poco más lejos los vecinos, y en último lugar, los voluntarios. Y nunca falta la mención al Estado, responsable último y obligatorio de su asistencia.

  1. Por parte de quien la padece.

El afrontamiento.

Las medidas personales difícilmente se pueden establecer de modo urgente. La soledad depende en gran parte de la personalidad relacional de la persona, y apenas puede cambiar en poco tiempo. Es necesario llevar a cabo un afrontamiento de la situación con la pertinente reflexión y la aceptación que conduzca a tomar la actitud más adecuada. Acceder al propio sentimiento y a su vivir, tratando de encontrar las causas que a la soledad le ha conducido. Pocas veces esto se hace posible con los propios recursos, necesitándose una ayuda exterior y seguramente técnica. Para ello hay que partir previamente de una decisión firme de abandonar esa situación psicológica.

 

  1. Como responsabilidad del entorno humano, de los demás.

El acompañamiento.

Su base es el encuentro humano, la realización de la presencia del Otro, el reencuentro con la conformación social del ser hombre. Dar y recibir, querer y ser querido. Recuperar algo, el aroma, el paisaje de una desvanecida plenitud. Abrirse a los otros es el fundamento de la plenitud psicológica del hombre, la que le da la estatura humana satisfactoria. Todos los que lo practican, especialmente desde la gratuidad, reconocen que siempre reciben más que lo que conceden. El medio amparador principal es la familia, y es al que reclaman cuando piensan en lo que necesitan. Y también los amigos, donde está asegurado el amparo que proporciona el afecto y su historia

Siguiendo a Enmmanuel Levinas y su teoría sobre el OTRO, que muy esquemáticamente la resumo, se explica que aquello que se nos muestra el Otro, es su rostro y su mirada. Y detrás de esa apariencia están todos los seres que se hallan con semejante necesidad. Este es el núcleo del encuentro humano. Uno se hace servidor del otro desde una actitud compasiva y beneficiosa. De esa respuesta nace la equidad y la justicia. Y la última respuesta será el amor.

La familia.

Es preciso mejorar la relación familiar, ofrecer protección y seguridad, afianzar las visitas, corregir los defectos de las mismas, anteponer a cualquier distracción el encuentro personal.

Los amigos.

Después de la familia es lo que más se desea como ayuda en la soledad. Tienen siempre una parte de la historia de cada uno. La gran dificultad se manifiesta en la pérdida, por fallecimiento, de buena parte de ellos y que no pueden ser satisfactoriamente substituidos por nuevas amistades.

Los vecinos.

Pertenecen al círculo próximo de cada persona. Comparten el hábitat privado y, por lo común, hay una dinámica recíproca de manos tendidas. Es un eficaz recurso de ayuda en cualquier situación.

Los Gobiernos.

En este campo de la soledad la ineludible responsabilidad de la Administración es de carácter asistencial. Y se centra preferentemente sobre el aislamiento social. En esta situación las intervenciones públicas son urgentes y necesarias porque es una historia personal y social de riesgo. Y lo primero es identificar las personas que se hallan en peligro social, valorarlo y tomar decisiones asistenciales. Para unos será la facilitación de los encuentros y la participación en la comunidad, ofreciendo recursos donde sea atractivo el salir del domicilio. Para otros serán acciones más intervencionistas, con preferencia médicas.

Las acciones benévolas.

Las realizadas en el ámbito de la gratuidad. La ayuda se desarrolla como deber y como ejercicio ético. Cuando las acciones gratuitas no pertenecen al conjunto de los voluntariados, estas son benévolas. Tienen el mismo valor ético que las inmersas en el voluntariado, pero son menos eficaces.

Los voluntariados.

Son las acciones de ayuda desempeñadas dentro de organizaciones inscritas en los registros oficiales, que cuentan con un programa, que aceptan a sus miembros con un compromiso, tras libre decisión, sin remuneración y siguiendo las directrices básicas de la ley del Voluntariado.

Estas acciones voluntarias o benévolas aplicadas a la soledad suelen organizarse alrededor del acompañamiento. Y como Sociedad Civil desarrollará su actividad siempre en la complementariedad, y si fuera necesario como suplemento, siempre transitorio, hasta la solución pública. Frente a la soledad, todos los agentes intervinientes dentro de la actividad soñidarial están realizando una bella e imprescindible tarea de humanización.

Y como colofón uno de los Proverbios de Antonio Machado:

Moneda que está en la mano

Quizá se pueda guardar,

La monedita del alma,

Se pierde sino se da”

 

Pamplona, 2 de Abril del 2020.

 

Juan Luis Guijarro.

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